Somos una familia argentina
que viajamos por Latinoamérica. Viajamos por muchos motivos: porque nos gusta
conocer gente, porque nos gusta conocer lugares y, sobre todo, porque nos gusta conocer historias.
En estos cuentos vamos
a ir narrando algunas de esas historias que encontramos en el camino. Ojalá
sigamos cruzándonos con historias bellas y fantásticas como la que les
presentamos en este primer cuento.
¡Los invitamos a
pegar un salto dentro de estos cuentos viajeros y familieros!
El papá se llama
Andrés, la mamá Teresa, el hijo mayor Otto y la niña Pía.
Una experiencia marina
Nuestra familia
viajera llegó a una playa en la costa chilena. Una caleta de pescadores,
tranquila. Sólo las gaviotas la visitaban de vez en cuando. Pero justo el día
que ellos llegaron se ve que las gaviotas se habían puesto todas de acuerdo
para hacer su visita en ese momento, porque había muchas, pero requeté muchísimas
gaviotas. Parecía que se hablaban entre ellas del ruido que hacían.
Estas gaviotas no
se van. Seguro que están esperando a ver qué hacemos de comer dijo Otto, al
ver a las aves que chillaban cada vez más entre ellas.
Se están riendo,
porque nos van a atacar dijo Pía, en su propio idioma, pero los demás
entendieron lo que quería decir.
Ay nena, siempre vos tan dramática le dijo
Otto y la desafió a hacer una carrerita hasta la playa.
Pía no se iba a
quedar atrás ante ningún desafío, aunque después perdiera. A ella no le importaba.
Ella tenía muy en claro que lo importante era participar y divertirse. Así que
empezó a correr primera, a ver si le sacaba algo de ventaja a su hermano, quien
obviamente en dos segundos la pasó y llegó antes.
Pero en realidad
Otto no llegó a la orilla. Hubo algo que hizo que parara su carrera
bruscamente. Antes de llegar al mar se encontró con un montón de redes que
tapaban algo. Pía, cuando vio que su hermano se detenía, pensó que iba a
aprovechar la oportunidad para seguir y ganar la carrerita, pero la verdad que
ese montón de redes que ocultaban un algo grandote, le llamó la atención tanto
o más que a Otto. Se quedó al lado del
montículo y adivinó la intención de su hermano. Comenzó a saltar haciendo
fuerza con sus bracitos para arriba, alentándolo
para ver lo que había ahí adentro.
Otto, ante la
insistencia de su hermana, tomó coraje y levantó un poco una de las redes. La
soltó rápido porque se asustó. Le pareció que algo se movía adentro.
Y
¿Si dejamos esto
y nos metemos al mar? le preguntó a su hermana.
Casi que no pudo terminar la frase. La red
comenzó a moverse. Primero salió su cola de pez y después dio un giro y los
chicos pudieron ver sus rulientos cabellos mojados por el mar. Otto y Pía se
encontraron frente a una simpática sonrisa de una sirena que los invitaba a
meterse con ella al mar. ¿Vamos?
Los chicos se
miraron sin poder ocultar su asombro. ¡No lo podían creer! ¿Una sirena con
rulos? ¿Y de piel morena? No era igual a las que habían visto en las películas.
Pero sí estaban seguros de que era una sirena, y no todos los días se reciben
invitaciones de sirenas tan lindas. Miraron a sus padres y vieron que estaban
entretenidos preparando la comida, así que suavemente, se subieron al lomo de
la sirena y los tres se sumergieron en el mar.
Naturalmente los
chicos descubrieron que no tenían ninguna dificultad para respirar debajo del
agua. Era claro que la sirena no los iba a poner en peligro.
¿Adónde vamos? preguntó
Otto.

¿Po qué no pelo
illo? preguntó Pía. A Otto le dio un poco de vergüenza la pregunta de su
hermana, y como hacía muchas veces, la ayudó a que se hiciera entender y le contó
a la sirena que Pía quería saber por qué no tenía el pelo rubio. En realidad,
tuvo que confesarse que él también tenía la misma duda. La sirena sonrió.
Las sirenas venimos
de distintos lugares y somos tan diferentes como los humanos contestó muy
amablemente la mujer con cola de pez. Enseguida, aparecieron en un lugar donde
los chicos no sabían hacia dónde mirar.
Habían
llegado a una ciudad submarina que los sorprendía por sus colores. ¡Contaron tantos
colores! Hasta descubrieron algunos que nunca habían visto antes. Los chicos
nunca se habían imaginado que el fondo del mar fuera tan colorido. ¡Al ver
tantas cuevas de diferentes tamaños, Pía pensó que era el lugar ideal para
jugar a las escondidas!
Seguían
avanzando arriba de la sirena y el asombro de Pía y Otto era cada vez mayor. El
fondo del mar les estaba regalando una fiesta y los peces de colores parecían
pequeños globos brillantes, como los que se cuelgan en los cumpleaños. Todos
los habitantes submarinos estaban invitados y vinieron ansiosos a saludar a los pequeños
visitantes. Un grupo de medusas despeinadas se acercaron amigables, cargando en
su umbrela a unos cangrejitos cansados de tanto nadar. Una pareja de caballitos
de mar los rodeó creando una danza de suaves burbujas a su alrededor. Las
anguilas tampoco quisieron perder su lugar y vinieron lentamente, desplazando
sus largos y eternos cuerpos con pancitas plateadas. Por último, unos pulpos
muy mimosos, extendieron sus largos tentáculos para brindarles el mejor de los
abrazos.
Este es nuestro refugio los alertó la
sirena. Acá nos quedamos cuando el mar se ensucia de cosas feas. Y como el mar
está cada vez más sucio, pasamos mucho tiempo en este lugar.
La hermosa sonrisa de la sirena se
había ido por un momento. Los chicos notaron que estaba triste.
¿Po qué mar puaj? preguntó
Pía, poniendo cara de asco. Esta vez Otto también le tuvo que explicar a la
sirena que su hermana quería saber por qué se ensuciaba el mar. Y de paso, también le explicó a su hermanita
que muchas veces la gente tira basura en las playas y esa basura llega al mar.
Lo más peligroso
son las bolsas explicó la sirena a sus nuevos amigos. Y les contó que el pez
espada los estaba salvando.
¿El pez espada? se
sorprendió Otto.
Sí, el pez espada
tiene un nuevo trabajo. Con la punta de su espada va agarrando todas las bolsas
y después las llevamos a un lugar donde las anguilas, las mantarrayas y otros
peces las reciclan.
¿En el fondo del
mar reciclan? la sorpresa de Otto crecía más y más.
Tuvimos que pensar
qué hacer con las bolsas porque muchos de los peces quedaban atrapados en ellas
y no podían salir más. Sobre todo, los más pequeñitos.
Otto y Pía estaban
tristes y se quedaron pendientes escuchando a la sirena.
Entonces,
primero al pez espada se le ocurrió capturarlas con su punta afilada pero
después teníamos el problema de dónde tirarlas o guardarlas. Al principio, las
mantarrayas se acostaban arriba de las bolsas y las aplastaban. Luego, las
escondíamos debajo de las piedras. Pero nos dimos cuenta que no resultaba. El
tema era poder usar esas bolsas en otra cosa. Hicimos varias reuniones de habitantes
del mar los chicos escuchaban atentos, ya no podían creer que en el fondo del
mar pasaran esas cosas y decidimos que lo mejor era adornar nuestras cuevas
con las bolsas. Así, las anguilas con su energía le cambian las formas y los peces
le dan diferentes colores.
Pía estaba sorprendida. Quería contarle a la sirena que a ella le gustaba mucho reciclar, pero no sabía cómo decírselo.
Pía estaba sorprendida. Quería contarle a la sirena que a ella le gustaba mucho reciclar, pero no sabía cómo decírselo.
Mami sí, yo sí Otto
pudo comprender lo que su hermana quería decir y le contó a la sirena que a ellos
les gustaba reciclar y que hacían muchas cosas ayudados por su mamá.
La verdad que, a
nosotros es un trabajo que en el fondo no nos gusta, porque tuvimos que
adaptarnos y cambiar nuestras costumbres.
Ahh
Pía se quedó
pensando si había metido la pata.
Pero igualmente, si
bien, ahora nos estamos ocupando del tema de las bolsas, la verdad que lo ideal
sería que los humanos cuiden más nuestro mar y no tiren más basura.
Otto se quedó
pensando en que no era tan difícil dejar de tirar bolsas al mar.
Me gustaría
prometerte que pronto van a vivir como vivían antes le dijo Otto a la sirena,
mientras pensaba en todas las cosas malas que hacían los seres humanos y cómo
se podía resolver.
La sirena sonrió. Estaba contenta de haber conocido a estos dos niños. Eran viajeros y seguro que iban a llevar su mensaje por los distintos lugares que iban a visitar.
Otto miró a la
sirena y se dio cuenta que habían aprendido mucho en este viaje al fondo del
mar. Era lindo saber que tenían una
amiga ahí abajo.
La bella sirena les
dijo que iban a dar un paseíto más entre las cuevas y que volverían a casa para
que sus padres no se preocupen. Pía estaba feliz, le había encantado viajar en sirena.
Los chicos se
subieron otra vez al lomo de la joven mitad pez, mitad humana y se divirtieron
agachando las cabezas cada vez que entraban en una cueva. La verdad que adornar
esas cuevas tan hermosas con bolsas tiradas por humanos no era lo mejor. La
sirena tenía razón.
Otto y Pía estaban
muy agradecidos con el paseo, en realidad no tenían muchas ganas de volver,
pero querían contarles a sus padres la aventura que habían tenido.
La sirena los dejó
en la orilla, se dieron un fuerte abrazo y prometieron que iban a cuidar el
medio ambiente para que todo el mar, poco a poco, vuelva a ser un lugar limpio
y colorido.
Yo sé que ustedes lo van a lograr y
cada vez que lleguen a la orilla de un mar acuérdense de mí les dijo la sirena,
moviendo sus rulientos rulos y se fue, dando un chapuzón que los dejó todos
mojados, más allá de que ya estaban mojados.
Otto y Pía se
miraron y decidieron mantener en secreto la aventura con su nueva amiga la
sirena.
Llegaron a donde
estaban sus padres.
Vamos, chicos, ya está la comida. ¡Tenemos
que comer el pollo antes de que las gaviotas nos coman a nosotros!
¡Sí! Y tiremos toda la basura en una
bolsa y después la llevamos con nosotrosdijo Otto.
¡Claro Otto! dijo la mamá, eso tenemos
que recordarlo siempre.
Otto miró a Pía y le
guiñó el ojo, mientras le alcanzaba una pata de pollo. Las gaviotas miraban
pendientes. No querían perderse ninguna sobra de
ese rico almuerzo.
Aquél no había sido un día más para Otto y
Pía. El mar brilló de manera diferente ese atardecer. Guardaba un gran secreto
y dos pequeños niños ahora lo sabían.
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